Completé todos los campos. No dejé ni uno sin responder; así que esta vez se me da seguro. Incluso aclaré que prefería que fuera profesional de la salud, voleibolista, de tauro con ascendente en piscis, que le gustara caminar bajo la lluvia con alguien como yo, tomado de la mano.
Sí, sí… esta vez no falla. Evalué cada opción como si estuviera jugando la final del “Imbatible”. No es para menos, la adrenalina era la misma que la de alguien que está compitiendo por el millón de pesos y sabe que puede granarlos. Estoy en carrera y tengo posibilidades… Un cosquilleo en mi interior me dice que sí.
Lo mejor es que prepare una taza grande de café, me tome dos “cafias”, y ponga manos a la obra. Porque las primeras horas, después de haberse registrado en un sitio de citas, son cruciales. Basta moverse un poquito, tratando de descubrir las aplicaciones de la nueva página, para quedar rodeada por una manada de fieras famélicas que llegaron atraídos por el olor a carne fresca. Apenas pasaron diecisiete minutos desde mi registro, y mi monitor encandila con luces de advertencia. Tengo 15 mensajes en la bandeja de entrada. No, dieciséis. Diecisiete… Las ventanas del mensajero instantáneo titilan a los gritos. Corazoncitos por acá, besos por allá. ¡Uf! A mi juego me llamaron. Me entrené durante 15 años en la oficina, asistiendo a tres jefes a la vez, para este momento. Puedo chatear con todos, mirar sus perfiles y hacerme la linda al mismo tiempo. Café amargo para tomar impulso y… Preparada. Lista. ¡Yaaa!